La lucha personal no se detiene en el seno de los partidos tradicionales de la República Dominicana, donde sea por una razón o por otra las confrontaciones siguen su agitado curso sin que el interés sea saldar, por lo menos, partes de las deudas sociales, morales y económicas con el pueblo dominicano.
La fuerza de las contradicciones cada día dirige al país a un laberinto que no parece propiciar una salida con resultados de crecimiento humanos e institucionales, cuyas consecuencias son una profundización de las precariedades y del principal flagelo como lo es la corrupción generalizada que azota a la nación.
En los actuales momentos la lucha se centraliza en el Congreso Nacional donde se discute un polémico proyecto de ley de partidos políticos en el que se busca, más que otra cosa, el control grupal del partido de gobierno, el de la Liberación Dominicana.
La pieza legislativa está atrapada entre los que la promueven y los que la rechazan, sobre todo por un artículo que dispone la celebración de primarias abiertas y simultaneas, mecanismo que muy bien podría servir para democratizar la sociedad dominicana o para que entre en un abismo mucho más profundo de clientelismo y corrupción.
El beneficio para los que la promueven consiste en que sería una vía ideal para cerrarle el paso al aspirante rechazado por el presidente Danilo Medina, el exjefe de Estado, Leonel Fernández Reyna, mediante la manipulación de los votos de un 23 por ciento de los dominicanos que recibe asistencialismo politiquero del Gobierno.
Mientras que los que la rechazan buscan evitar que las primarias se salga del entorno de miembros de las organizaciones políticas y cuyo principal argumento es que las mismas si son abiertas y simultaneas violan la Constitución de la República.
Ese batallar que no trasciende el interés de grupos que interactúan a lo interno de los partidos tradicionales, principalmente del de Gobierno y del mayoritario de la oposición, no se traduce en una mejoría de la calidad de la democracia y en consecuencia de una más eficiente administración del patrimonio público.
La confrontación no termina ahí, porque la ambición política mantiene dividida, por lo menos en lo que respecta a la lucha para la consecución del poder político, entre la vicepresidenta de la República, Margarita Cedeño de Fernández y su esposo, el expresidente Fernández Reyna.
Es conocido por todos los dominicanos que la señora Cedeño de Fernández tiene pretensiones presidenciales y para el logro de su propósito no importa que aproveche cualquier error que cometa su marido para reemplazarlo en apoyo popular.
Sin embargo, la lucha intrapartidaria se extiende hasta la propia oposición, que encabeza el Partido Revolucionario Moderno (PRM), una réplica del Revolucionario Dominicano (PRD), en el que las peleas por intereses personales son eternas y traumáticas, cuya reproducción se recrea precisamente a través del proyecto de ley de partidos políticos.
Las diferencias entre Medina y Fernández no están muy distantes de las que se producen entre el expresidente Hipólito Mejía y el pasado candidato a la llamada silla de alfiles, Luís Abinader, quienes ocasionalmente hacen amagos mediáticos de ponerse de acuerdo, pero siempre las dudas se imponen, lo que impacta su credibilidad frente a una sociedad que luce cansada de las inconductas de la clase política nacional.
De cualquier modo, las confrontaciones o diferencias, no ideológicas o de principios, sino de grupos, no tienen otra causa que aquella preservar sus intereses económicos, creados sobre la base de la corrupción que campea por los cuatro puntos cardinales de la República Dominicana, donde la inequidad, la exclusión social, el desempleo y la inseguridad ciudadana mantienen a la gente al borde de la desesperación.
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