El acceso a la cooperación internacional es parte esencial de la discusión sobre el desarrollo económico y social de los países de América Latina, especialmente los que forman parte de los países de renta media, como es el caso de la República Dominicana. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) y la Comisión Económica para América Latina y El Caribe (CEPAL) han acuñado el término “desarrollo en transición”, para categorizar a los países que se encuentran en esta condición especial.
Esta realidad nos llama a reflexionar sobre el nuevo rol de la cooperación internacional, en particular en lo relacionado a la Agenda para el Desarrollo Sostenible. Esto así porque en la medida en que los países obtienen niveles de desarrollo más altos, el foco de la cooperación internacional está obligado a moverse desde las necesidades meramente financieras hacia el objetivo común de construir capacidad institucional, mediante la sinergia multilateral.
Sobre el tema hemos escrito antes, pero en esta ocasión es preciso ahondar en la importancia de convertir el “desarrollo en transición” en un concepto más ejecutivo, lo que nos obliga a repensar las políticas de cooperación internacional que implementa la República Dominicana.
Está demostrado ampliamente que la cooperación entre países en diferentes etapas del desarrollo, resulta ser productiva y eficiente. Los Objetivos de Desarrollo del Milenio, por ejemplo, se convirtieron en un compromiso común que sacó a 471 millones de personas de la pobreza extrema, gracias en gran parte al apoyo económico y al intercambio de experiencia entre los países.
Sin embargo, para la región de América Latina y El Caribe, el desarrollo en transición es un reto importante, porque muchos países han mejorado sus indicadores económicos, medidos por el PIB, pero aún mantienen vulnerabilidades significativas y obstáculos estructurales que impiden que alcancemos una prosperidad sostenida.
La cuestión está en cómo podemos motivar a la comunidad internacional para que nos apoye en la tarea de convertir las ganancias económicas del país, en desarrollo sostenible. Para esto, hace falta aprender de las experiencias de los demás, y a la vez, obtener las herramientas para enfrentar los retos que se ciernen sobre nuestros países. Estos retos son: una mejor evaluación del concepto de progreso, que no se concentre solo en el aumento del PIB; impulsar estrategias de desarrollo humano adaptadas a cada país y encontrar una fórmula que permita mantener la estabilidad macroeconómica mientras mejoran los indicadores sociales.
Sin lugar a dudas, el mundo necesita nuevas formas de cooperación, porque la nueva polarización de la que somos testigos sucede en un contexto de desaceleración de las economías industrializadas, y en momentos en que el concepto de empleo y empleabilidad está en cuestionamiento. Lo que se necesita es comprender la cooperación internacional como un apoyo, capaz de impulsar la idea de que los sectores productivos deben impulsar las estructuras sociales, para así ganar la batalla en contra de la pobreza y la desigualdad.
Esta realidad nos llama a reflexionar sobre el nuevo rol de la cooperación internacional, en particular en lo relacionado a la Agenda para el Desarrollo Sostenible. Esto así porque en la medida en que los países obtienen niveles de desarrollo más altos, el foco de la cooperación internacional está obligado a moverse desde las necesidades meramente financieras hacia el objetivo común de construir capacidad institucional, mediante la sinergia multilateral.
Sobre el tema hemos escrito antes, pero en esta ocasión es preciso ahondar en la importancia de convertir el “desarrollo en transición” en un concepto más ejecutivo, lo que nos obliga a repensar las políticas de cooperación internacional que implementa la República Dominicana.
Está demostrado ampliamente que la cooperación entre países en diferentes etapas del desarrollo, resulta ser productiva y eficiente. Los Objetivos de Desarrollo del Milenio, por ejemplo, se convirtieron en un compromiso común que sacó a 471 millones de personas de la pobreza extrema, gracias en gran parte al apoyo económico y al intercambio de experiencia entre los países.
Sin embargo, para la región de América Latina y El Caribe, el desarrollo en transición es un reto importante, porque muchos países han mejorado sus indicadores económicos, medidos por el PIB, pero aún mantienen vulnerabilidades significativas y obstáculos estructurales que impiden que alcancemos una prosperidad sostenida.
La cuestión está en cómo podemos motivar a la comunidad internacional para que nos apoye en la tarea de convertir las ganancias económicas del país, en desarrollo sostenible. Para esto, hace falta aprender de las experiencias de los demás, y a la vez, obtener las herramientas para enfrentar los retos que se ciernen sobre nuestros países. Estos retos son: una mejor evaluación del concepto de progreso, que no se concentre solo en el aumento del PIB; impulsar estrategias de desarrollo humano adaptadas a cada país y encontrar una fórmula que permita mantener la estabilidad macroeconómica mientras mejoran los indicadores sociales.
Sin lugar a dudas, el mundo necesita nuevas formas de cooperación, porque la nueva polarización de la que somos testigos sucede en un contexto de desaceleración de las economías industrializadas, y en momentos en que el concepto de empleo y empleabilidad está en cuestionamiento. Lo que se necesita es comprender la cooperación internacional como un apoyo, capaz de impulsar la idea de que los sectores productivos deben impulsar las estructuras sociales, para así ganar la batalla en contra de la pobreza y la desigualdad.
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