Si alguien pateara en este momento la tierra suelta en los alrededores de Monterrey, México, tendría menos probabilidades de hacer saltar serpientes de cascabel o tarántulas que en épocas anteriores a que los frutos del TLCAN transformaran a la ciudad en objeto de desdén de Donald Trump.
El candidato presidencial, crítico de los industriales estadounidenses del Medio Oeste, Carrier Corp. y Mondelez International Inc., por buscar una producción de más bajo costo, descubriría vidrio y metal brillante en cantidades más que suficientes para complacer su estética de diseño. Tiene prácticamente todo lo que uno desearía en un centro industrial moderno, excepto para quienes necesitan pasaporte para llegar hasta allí.
Frente a una infraestructura ferroviaria y vial equiparable o superior a la de grandes ciudades estadounidenses, una universidad conocida como el MIT de América Latina que produce gerentes de planta –todo con costos de mano de obra significativamente más bajos que los que se encuentran al norte del Río Grande- y una imposibilidad cada vez mayor en los Estados Unidos de cubrir los puestos de trabajo, la pregunta para Trump, los economistas y Carrier no es si trasladarían su trabajo a Monterrey, sino ¿por qué no habrían de hacerlo?
“A veces los extranjeros llegan pensando que manejamos talleres clandestinos, que usamos sarapes y montamos en burro”, dijo Mauricio Garza, director del parque industrial Interpuerto que alberga una planta de Mondelez.
“No es así, por cierto. Aquí en Monterrey, se encuentra todo lo que hace falta para competir con cualquier parte del mundo”, manifestó.
Impacto. Los efectos del Tratado de Libre Comercio de América del Norte han elevado a Monterrey, que desde hace tiempo es sede de campeones nacionales como el fabricante de cemento Cemex SAB, hasta un nuevo nivel de sofisticación con una oferta aparentemente interminable de trabajadores calificados. Con mejores condiciones de negocios que las ciudades estadounidenses del Rust Belt, con plantas fabriles menos costosas y muy pocas concesiones en materia de conocimiento o calidad de producción, esta metrópoli de 4 millones de habitantes a dos horas en auto apenas de la frontera con Texas, está facilitando esa competencia.
“No es así, por cierto. Aquí en Monterrey, se encuentra todo lo que hace falta para competir con cualquier parte del mundo”, manifestó.
Impacto. Los efectos del Tratado de Libre Comercio de América del Norte han elevado a Monterrey, que desde hace tiempo es sede de campeones nacionales como el fabricante de cemento Cemex SAB, hasta un nuevo nivel de sofisticación con una oferta aparentemente interminable de trabajadores calificados. Con mejores condiciones de negocios que las ciudades estadounidenses del Rust Belt, con plantas fabriles menos costosas y muy pocas concesiones en materia de conocimiento o calidad de producción, esta metrópoli de 4 millones de habitantes a dos horas en auto apenas de la frontera con Texas, está facilitando esa competencia.
Esto podría explicar por qué empresas como Kia Motors Corp. y Lego Group están construyendo o ampliando fábricas en los alrededores de la ciudad.
Monterrey está situada en el Estado de Nuevo León, que ha atraído más de US$40.000 millones en inversión directa extranjera desde 1999, según datos del Ministerio de Economía de México. Supera a todo el resto del país fuera del área metropolitana de Ciudad de México, la capital, que tiene cinco veces la población de Monterrey.
La economía de Nuevo León creció 6 por ciento en 2015, más del doble que la tasa a nivel nacional.
En el distrito color tostado de San Pedro Garza García, sede de oficinas corporativas y ya uno de los barrios residenciales más ricos de América Latina, el horizonte está salpicado de grúas y el esqueleto de una torre de 65 pisos que será la más alta de México –al menos hasta la conclusión de un edificio cercano más alto apenas iniciado.
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