Listin Diario / Opiniones
Autora: Margarita Cedeño de Fernández
Por mucho tiempo pensamos que la generación de crecimiento económico era suficiente para asegurar la mejoría de toda la sociedad; que lo que se conoce como el “trickle-down economics” bastaba para propiciar el bienestar colectivo y la mejora de los indicadores sociales.
Sin embargo, lo que se creó, como muchos saben, ha sido una gran brecha entre los pocos que tienen mucho y los muchos que tienen poco o nada. Esta situación llama a la reflexión profunda, tal y como Joseph Stiglitz, en su reciente obra “La Gran Brecha”, nos pregunta: ¿Qué hacer con las sociedades desiguales?
El estado actual de la desigualdad plantea el gran temor de que la clase media esté degradándose hacia el nivel de “precariado” y que quienes viven por debajo de la línea de pobreza queden condenados al ostracismo y a la miseria permanente.
Zygmunt Bauman en su obra de 2014 titulada “¿La riqueza de unos pocos nos beneficia a todos?” plantea que “en casi todas partes del mundo la desigualdad está creciendo rápidamente, y esto significa que los ricos, y especialmente los muy ricos, son cada vez más ricos, mientras que los pobres, y especialmente los muy pobres, son cada vez más pobres”.
Durante el reciente Foro Económico Mundial quedó evidenciado que la movilidad descendente es una amenaza real, mientras que la movilidad ascendente es limitada.
Lo que ha sucedido es un crecimiento apabullante de la desigualdad social, que está mellando en las sociedades y causando la ruptura del tejido social. El resultado final es la degradación de las sociedades, la pérdida de los valores y el quebrantamiento del sentido de unidad de los países.
Como plantea Stiglitz en su obra “El Precio de la Desigualdad”, es preciso preguntarnos cómo la desigualdad está erosionando el imperio de la Ley, por qué estamos permitiendo que las diferencias económicas y sociales se profundicen tanto, como para que el sentido mismo de la vida en sociedad quede en entredicho.
Sin dudas, la desigualdad es “una consecuencia tanto de fuerzas políticas como de fuerzas económicas”, por lo cual se requiere un compromiso de los actores que inciden en la vida política, para que el combate a la desigualdad sea prioridad de la agenda nacional y permee a todos los sectores.
Si se repartiera más la prosperidad, esta sería mayor. Es el concepto de prosperidad compartida que promueve el Banco Mundial.
Así como Stiglitz desnuda la desigualdad en un Estados Unidos que siempre hemos considerado como la economía más fuerte del mundo; igual debemos nosotros en Latinoamérica, la región más desigual del planeta, discutir las razones de la desigualdad y acordar una agenda de desarrollo común para América Latina.
La desigualdad social debe jugar un rol cada vez más primordial en el discurso político, convertirse en centro de las políticas públicas y someterse al debate en toda la sociedad.
Como ha dicho Su Santidad Papa Francisco, la “desigualdad y la pobreza ponen en peligro la democracia”. Es primordial superar las causas que sustentan una economía de mercado que excluye a la mayoría, de lo contrario, estaremos creando una brecha insostenible.
Sin embargo, lo que se creó, como muchos saben, ha sido una gran brecha entre los pocos que tienen mucho y los muchos que tienen poco o nada. Esta situación llama a la reflexión profunda, tal y como Joseph Stiglitz, en su reciente obra “La Gran Brecha”, nos pregunta: ¿Qué hacer con las sociedades desiguales?
El estado actual de la desigualdad plantea el gran temor de que la clase media esté degradándose hacia el nivel de “precariado” y que quienes viven por debajo de la línea de pobreza queden condenados al ostracismo y a la miseria permanente.
Zygmunt Bauman en su obra de 2014 titulada “¿La riqueza de unos pocos nos beneficia a todos?” plantea que “en casi todas partes del mundo la desigualdad está creciendo rápidamente, y esto significa que los ricos, y especialmente los muy ricos, son cada vez más ricos, mientras que los pobres, y especialmente los muy pobres, son cada vez más pobres”.
Durante el reciente Foro Económico Mundial quedó evidenciado que la movilidad descendente es una amenaza real, mientras que la movilidad ascendente es limitada.
Lo que ha sucedido es un crecimiento apabullante de la desigualdad social, que está mellando en las sociedades y causando la ruptura del tejido social. El resultado final es la degradación de las sociedades, la pérdida de los valores y el quebrantamiento del sentido de unidad de los países.
Como plantea Stiglitz en su obra “El Precio de la Desigualdad”, es preciso preguntarnos cómo la desigualdad está erosionando el imperio de la Ley, por qué estamos permitiendo que las diferencias económicas y sociales se profundicen tanto, como para que el sentido mismo de la vida en sociedad quede en entredicho.
Sin dudas, la desigualdad es “una consecuencia tanto de fuerzas políticas como de fuerzas económicas”, por lo cual se requiere un compromiso de los actores que inciden en la vida política, para que el combate a la desigualdad sea prioridad de la agenda nacional y permee a todos los sectores.
Si se repartiera más la prosperidad, esta sería mayor. Es el concepto de prosperidad compartida que promueve el Banco Mundial.
Así como Stiglitz desnuda la desigualdad en un Estados Unidos que siempre hemos considerado como la economía más fuerte del mundo; igual debemos nosotros en Latinoamérica, la región más desigual del planeta, discutir las razones de la desigualdad y acordar una agenda de desarrollo común para América Latina.
La desigualdad social debe jugar un rol cada vez más primordial en el discurso político, convertirse en centro de las políticas públicas y someterse al debate en toda la sociedad.
Como ha dicho Su Santidad Papa Francisco, la “desigualdad y la pobreza ponen en peligro la democracia”. Es primordial superar las causas que sustentan una economía de mercado que excluye a la mayoría, de lo contrario, estaremos creando una brecha insostenible.
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