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Caminando entre tumbas’

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Caminando entre tumbas’
Una serie de detalles logran, no tal vez una gran película, pero sí una muestra cinematográfi ca que se hace interesante, que logra arrastrarnos con suavidad tras el rastro de los sicópatas sañudos.
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Armando Almánzar R.
Santo Domingo
Cuando vimos el anuncio del estreno de “A walk among the tombstones” y percibimos la egregia figura del muy distinguido señor Liam Neeson haciéndonos saber que su personaje, ese Matt Sauder, es un ex policía que en su presente diegético es detective privado, le recordamos repartiendo mamporros a diestra y siniestra en algunas de sus más recientes.
Y, francamente, se nos quitaron los deseos de ver el asunto.
Sin embargo, como es cuestión de tradición, y esa tradición que nos acompaña desde hace tantos años indica que tenemos que decirles algo a algunos que nos hacen caso tanto en este periódico como en la radio (“Matutino alternativo”, “Cineasta radio”), pues nada, que no nos quedó más remedio que enfrentar los tapones rumbo al 360 a verle la cara a Liam y esperar que la nuestra no expresara en exceso el hastío.
Y, sorpresa, que resulta y viene a ser que nos gustó el asunto.
Porque este personaje, este Matt Sauder anda muy alejado
 del “niño maravilla” Bryan Mills (Taken, 2008,
Talekn 2, 2012), capaz de destripar a cuanto mortal
se le ponga por delante. En realidad, Sauder, creación
 del novelista Lawrence Block, es un simple morta
l que purga las culpas de un pasado borrascoso como
oficial de la policía, como borrachín redimido cuya mente
rebosa de culpa por la muerte de una niña, que es detective
privado pero como tal anda más cercano a los personajes de
la novela negra que a los impolutos héroes de Hollywood, que ni siquiera
 tiene permiso oficial para actuar como detective, que casi sin quererlo se
ve mezclado en la sangrienta ruta de dos sanguinarios secuestradores, chantajistas
y asesinos y que, si bien resuelve, no es precisamente por ser un as de la pistola o de los puños.
Pero, además, esta historia que lleva adelante como guionista y director
Scott Frank (normalmente guionista, director de “The Lookout”, muy interesante)
, se distingue por algo que en numerosas oportunidades hemos señalado: una historia
 gana mucho cuando, aparte de su o sus
 personajes centrales, tiene otros de menor categoría pero cuyas características les
sacan del montón, tienen peso propio como tales: y en este film, aparte de Sauder,
 el personaje de TC, un muchacho que vive en una casa de acogida, que sueña con
ser un superhéroe, que es vegetariano y no bebe ni sodas, nada más que agua, pero
que dibuja muy bien y desea ser detective, es muy interesante, y lo mismo sucede
Peter Kristo, hermano borrachín del narcotraficante Kenny Kristo, cuya esposa ha
 sido secuestrada, y como ese otro criador de palomas mensajeras y jardinero en
el cementerio cuyo nombre se nos escapa ahora.
Todos esos detalles logran, no tal vez una gran película, pero sí una muestra
cinematográfica que se hace interesante, que logra arrastrarnos con suavidad
tras el rastro de los sicópatas sañudos, que nos hace pensar que, entre la maraña
de tonterías que nos inunda proveniente de esa inagotable fuente que es Hollywood,
 todavía pueden aparecer destellos y no precisamente de sus directores famosos,
sino de esos no tan conocidos pero que, indudablemente, demuestran poseer una buena mano.

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